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29 de enero de 2008

Los Placeres de la lectura

Alberto Manguel

"Mi biblioteca es una suerte de autobiografía. En la proliferación de anaqueles hay un libro para cada instante de mi vida, para cada amistad, para cada desilusión, para cada cambio. Jalonan mis años como esas piedras blancas que marcan la ruta de un peregrino. Una anotación en el margen, una mancha de café, un olvidado boleto de tranvía sirven para señalar antiguos aniversarios. Mi ejemplar de Don Quijote (en dos volúmenes, editado por Isaías Lerner y Celina S. de Cortázar, con ilustraciones de Roberto Páez, publicado por la querida y llorada Eudeba, víctima como tantas buenas cosas de la dictadura militar) me vuelve a mi colegio nacional de Buenos Aires, a las deslumbradoras clases de literatura española en las que el mismo Lerner, brillante erudito, nos comunicaba su pasión por la lectura detenida, enseñándonos a demorarnos en un texto hasta saber de memoria su acogedora geografía. Lerner nos enseñó cómo hacernos amigos de los (al parecer) aterradores clásicos, cómo volverlos nuestros, cómo sentirlos íntimos sin que nos intimiden. La crónica de aquellos años se halla trazada en mi Garcilaso, mi Celestina, mi Berceo, mi Arcipreste de Hita. Mi amistad con ellos dura desde aquellas clases. Mi placer en la lectura es aún más antiguo. Cuentos, leyendas, aventuras, las vidas ricas y arriesgadas del Capitán Nemo, de Sherlock Holmes, del Zorro Reinhardt y de Gatito, de Robinson Crusoe, de Pinocho, de Emilia y de Narizinho, y de tantos otros que conocí entre las cubiertas de un libro, fueron mías desde muy temprano. Dos aspectos de su lectura me deleitaban por sobre todo: saber la conclusión de sus viajes y poder olvidarla al abrir una vez más el libro. Uno de los encantos de la lectura, común en los libros y en los lectores de una cierta edad, es la repetición. Los teólogos han decretado que ni siquiera Dios puede volver a recorrer el pasado; este poder negado a todo Autor pertenece sin embargo a cada lector dispuesto a empezar nuevamente en la primera página de un cuento.Placer del diálogo con antiguos iluminados, placer de la aventura extraordinaria. También, y no menor, placer de la experiencia indirecta, vivida por otro para nosotros solos. Vivir en el Londres de Dickens, en el Madrid de Galdós, en la Sicilia de Pirandello; asistir a los descubrimientos de Fabre y de Plinio: sentir la pasión de Medea, la desolación de Törless, la rebelión de Montag, la tristeza de Pelo de Zanahoria –ser, por un momento, quienes soñaron ser estas criaturas levemente inmortales-. Vivir lo imposible: perderme en el oscuro placer de las pesadillas de Bioy, de Stevenson, de Wells, de Silvina Ocampo, de Cortázar, de Tibor Déry, de Kobo Abe."

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